El peso es variable según los períodos de nuestra vida. Los mecanismos de regularización varían también. Tales variaciones no son forzosamente patológicas. La obesidad, repitámoslo, es sólo un síntoma resultante de múltiples biológicos y de comportamiento. Los gastos energéticos disminuyen, las reservas grasas aumentan y se convierten en un importante factor de riesgo. La obesidad desgasta el corazón, las arterias, el páncreas, los pulmones, los cartílagos, etc. El peso ideal teórico que disminuye esos factores de riesgo se calcula por medio de distintas fórmulas.
La más clásica es la de Lorentz (P = peso, T = talla):
P = T – 100 – T ~ 150 .
4 o 2,5
Es decir, para un adulto de 180 cm (hombre):
P = 180 — 100 – 160 T 150 = 72,5 kg.
4
Y, para una mujer de 160 cm:
P – 160 – 100 – 160^150 _ 56 k 2,5
Podemos también medir el pliego cutáneo gracias a un compás especial o el índice de masa corporal que es igual a la relación entre el peso expresado en kilos y la talla en centímetros elevada al cuadrado. Corresponde también al índice de riesgo. Para nosotros, no puede existir peso ideal determinado según ciertas normas: las fórmulas nos dan, es cierto, una cifra «ideal» pero músculos, grasas y estructura ósea permiten muchas adaptaciones.
El verdadero peso ideal varía pues en función de cada persona. Ciertamente no puede calcularse con tablas estadísticas que sólo son referencias. La obesidad, puesto que debe definirse, sólo existe cuando el peso excede en un 20 % al peso teórico. Cuanto más importante es el exceso, más aumentan los factores de riesgo.
Algunos excesos de peso no están acompañados por el aumento de los factores de riesgo, aunque la obesidad sea en sí misma un factor de riesgo. Su peso ideal, es decir el que disminuya al máximo los factores de riesgo, debe calcularlo su médico, que establecerá luego el balance del riesgo y adoptará las medidas necesarias.
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